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martes, 10 de marzo de 2009

EL BAMBÚ JAPONÉS Y EL ÉXITO

"No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante.
También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas!.
Hay algo muy curioso que sucede con el BAMBÚ JAPONÉS y que lo transforma en no apto para impacientes. Siembras la semilla, la abonas y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas estériles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas, la planta de bambú crece...¡más de 30 metros!.
¿Tarda sólo seis semanas en crecer?
¡No! La verdad es que se toma siete años para crecer y seis semanas para desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú genera un complejo sistema de raíces que le permiten sostener el crecimiento que vendrá después.
En la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo.
Quizá por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados a corto plazo abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente de que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.
De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creeremos que nada está sucediendo. Y esto puede ser extremadamente frustrante.
En esos momentos ( que todos tenemos), recordemos el ciclo de maduración del bambú japonés. Y no bajemos los brazos ni abandonemos por no ver el resultado esperado, ya que sí está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.
No nos demos por vencidos, vayamos gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que nos permitirán sostener el éxito cuando éste, al fin, se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.
Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia".



DEFINE EL ÉXITO A TU MANERA Y A TU MEDIDA:
"No dejes que sean otros los que digan cómo ha de ser tu éxito.
Porque otros te dirán donde llegar...pero no te dirán cómo, no te definirán el rumbo.
Si se lo permites entrarás en un laberinto, en una carrera que no es la tuya, por lo que pagarás un precio muy alto...Y nunca ganarás.
El rumbo sólo lo encuentras cuando eres tú quien define el éxito a tu medida.
Tu éxito significa tu finalidad en la vida.
Encuéntrate, reconócete, sé tú..
Eso te hará ser único o única.
Y la vida te premiará por ello más de lo que puedas imaginar hoy.
Deja de ser lo que crees que los otros quieren o esperan que seas.
Sería una verdadera lástima, más aún, una tragedia insoportable, que justo antes de morir dijeras: "¡Podría haber sido tan feliz! ¡Tuve tan buenas ideas! ¡Me gustaba tanto hacer tal cosa, se me daba tan bien que...!"
¡No me digas!
¡Haberlo pensado antes!
Justo ahora que se baja el telón vas y dices que te hubiera gustado que fuese distinto...
Seamos prácticos: para saber si vocación y profesión coinciden, plantéate si seguirías haciendo lo mismo si, de repente, por herencia o lotería, te cayesen del cielo diez millones de euros.
Si respondes sí, ya tienes esa cifra, porque estás haciendo lo que te gusta. O porque no le das importancia al dinero. Dicho de otra manera, porque el dinero no paga tu pasión.



"Es muy importante que hagáis lo que de verdad os importe. Sólo así podréis bendecir la vida cuando la muerte esté cerca". Elisabeth Kübler-Ross.

Extracto del libro de Álex Rovira: "La brújula interior".



viernes, 27 de febrero de 2009

VIVIR CUESTA MUY POCO, PERO...

"En la Tierra hay suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no tanto como para satisfacer la avaricia de algunos." Mahatma Gandhi.





Carta 2

“Nadie necesita ayuda para tener problemas.” Proverbio mahorí.

Querido y ocupado jefe:
Han pasado ya bastantes días y no he recibido respuesta a mi anterior carta. Sé que estás muy ocupado con el tema de los presupuestos, que vas de reunión en reunión, pero me extraña que no te hayas dignado al menos a mandarme un acuse de recibo.
Tal vez necesitas más argumentos para darte cuenta de que realmente estamos ante una situación preocupante…
A ver qué te parecen éstos:
- La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho público recientemente el siguiente dato: la depresión es la primera causa de discapacidad en el mundo y es el origen del 27 por ciento de las discapacidades que se registran cada año.
- Se prevé un incremento de hasta un 50 por ciento en el número de personas que se verán afectadas por la depresión en los paises occidentales en los próximos 25 años.
- Las urgencias psiquiátricas han aumentado entre un 10 y un 20 por ciento en todo el mundo en los últimos 10 años. La OMS alerta de que los trastornos mentales se convertirán en breve en el principal problema de los países desarrollados o en vías de desarrollo. Los trastornos más comunes atendidos en los servicios de urgencias de los hospitales son los emocionales, la angustia y, como no, la depresión. Las causas de este incremento están motivadas, según las fuentes oficiales, “ por una ruptura en los hábitos sociales, donde predominan la soledad, la presión social y la angustia”. Repito y desgloso:
La soledad.
La presión social.
Y la angustia.
Lee detenidamente los párrafos anteriores y verás que aparece una enorme paradoja, una contradicción tragicómica de gigantescas dimensiones: ¡estar desarrollado o en vías de desarrollo te lleva a la depresión, a la soledad y a la angustia, fruto de la presión social!
O sea: ¡ESTAR DESARROLLADO ES UN PROBLEMA!
Necesito oxígeno, aire…
Salgo a la ventana y grito:
¡Socorro! ¡Que alguien me ayude a comprender esto!
Y digo yo, humildemente, que tendremos que someter a revisión el concepto “desarrollo”…¿o no? ¡Porque me niego a que mis hijos vivan en un mundo peor!
¡Me niego!
¿Por qué está ocurriendo esto? ¿Qué hacemos mal?
Porque está claro que alguna cosa hacemos mal, a menos que el objetivo sea que todos estemos deprimidos dentro de cien años, o que la norma, lo “normal” en la sociedad en la que vivan nuestros hijos, sea estar deprimido.
¿No crees, como yo, que nos estamos complicando la vida?


VIVIR CUESTA MUY POCO, PERO PODEMOS COMPLICARLO TANTO COMO QUERAMOS.


Coincidirás conmigo en que, en esencia, el acto de vivir es muy simple, especialmente si va acompañado de una sana conciencia, de capacidad para pensar y de libertad para decidir. Pero si nuestra mente, como te comentaba en mi carta anterior, se rige por la orden de "ganarse la vida", la cosa empieza a complicarse.


El conjunto de las experiencias relacionadas con el trabajo son vividas entonces como una dura competencia, muchas veces ligada a un esfuerzo en el que puedes realmente acabar dejándote la vida, bien porque ésta pasa y no te enteras de que has vivido, bien porque el corazón o el cuerpo te dicen: "¡Basta, me rindo, lo dejo aquí porque esto no hay quien lo aguante!" ( ya sabes, lo que le pasó a Valdés, el jefe de ventas, hace un par de semanas: un colapso como una casa).


Espero, apreciado jefe, que esto no nos pase a nosotros.


Tuyo,


Álex.


P.D. Dice Anthony de Mello: "Con la vida ocurre lo mismo que con los chistes: lo importante no es lo que duren, sino lo que hagan reír". Sería bueno que pensáramos en ello.


Extracto del libro de Alex Rovira: "La brújula interior". Editorial Empresa Activa.

jueves, 19 de febrero de 2009

CARTA A LA VIDA



CARTA 1:
Una frase perversa: “Hay que ganarse la vida”
“Me ganaba la vida... pero no la vivía.”
Una de las frases más frecuentemente citadas por los enfermos terminales, según ELISABETH KÜBLER ROSS, la principal autoridad mundial sobre el acompañamiento a enfermos terminales.

“El hecho de que una opinión la comparta mucha gente no es prueba
concluyente de que no sea completamente absurda.” BERTRAND RUSSELL.

Querido jefe,
Hace un buen rato que intento acabar el informe que me has pedido, pero no puedo concentrarme.
Ya sabes que suelo responder con eficacia a tus indicaciones, pero algo en mi interior se niega hoy a seguir redactando fríos y descorazonados memorándums. Por contra, cuando me he puesto escribirte esta carta, mi pulso se ha acelerado y mis dedos han empezado a danzar livianamente sobre el teclado del ordenador. Seguro que te preguntarás por qué te escribo una carta en lugar de enviarte un e-mail o simplemente llamarte al móvil. No estoy seguro, pero creo que tiene que ver con la distancia y la ausencia de prisas. Dicho de otra manera, la carta me da la posibilidad de escribir pensando, de volver atrás y rectificar, de explicarme sin la incómoda sensación de que tengo que ser breve para no hacer perder el tiempo a mi interlocutor. Sin la premura de otros medios, en definitiva. Y lo que te quiero explicar, como verás, no admite prisas.
El caso es que hay una cosa que me tiene preocupado, a ratos estupefacto y a ratos cabreado, y que no me deja conciliar el sueño desde hace semanas. Es algo sencillo y fácil de entender, pero a la vez terriblemente profundo. Quizá te parezca banal a simple vista, pero tengo razones para pensar que es esencial para nuestro futuro como personas y como sociedad. Te lo diré sin rodeos: la gente no es feliz. Por supuesto, es una generalización, pero más extendida de lo que muchos creen.
Desde hace algún tiempo, cuando pregunto a mis amigos y compañeros algo tan simple como “¿qué tal?”, obtengo respuestas como éstas: “Pse, tirando” (del carro, evidentemente, con lo que la identificación con un animal de tracción es obvia). “Ya ves” (que en realidad quiere decir: “Decídelo tú, porque yo ni me veo”). “Vamos haciendo” (en un gerundio sin fin). Fíjate, “vamos” y no “voy”, porque en esta situación es mejor sentirse acompañado. “Luchando” (como si la vida fuera una guerra). “Pasando” (¿por el tubo?). “No me puedo quejar” o su versión extendida “No nos podemos quejar”, donde el que responde asume, en un alarde de masoquismo, que podría estar peor. O el ya frecuente “jodido, pero contento”, en el que se manifiesta que el estado natural de uno es estar jodido.
Son muy pocos los que contestan “¡bien!” y casos aisladísimos los que espetan un asertivo, sincero y convencido “¡muy bien!”. Así que está claro que alguna cosa falla.
La realidad, la de hoy, la que percibo a mi alrededor, es que millones de personas van cada día a
trabajar con tristeza y resignación, sin otra esperanza para salir de su desgraciada circunstancia que acertar en la lotería y llegar por un atajo a la felicidad.
Son muchos los que trabajan en oficios que no les realizan, que andan estresadísimos, que sienten
profunda y tristemente que cobran menos de lo que valen y que, en definitiva, se sienten mercenarios de una hipoteca. Y dicen...
“No puedo cambiar.”
“Tengo una hipoteca a treinta años.”
“Tengo una familia a la que sacar adelante.”


“Soy un profesional con unos compromisos muy fuertes que debo mantener, ¿qué otra cosa podría hacer?”.
Llevo tiempo dándole vueltas y creo que esta infelicidad tiene mucho que ver con una frasecita
perversa que todos conocemos bien. Yo la he oído a lo largo de toda mi vida, desde que era un crío. Es una expresión que forma parte de nuestro lenguaje aceptado y compartido. Está en el centro de nuestra vida y, probablemente por eso mismo, nunca reflexionamos sobre sus implicaciones.
Tiene apariencia inofensiva, la muy puñetera, pero no hay que fiarse. Si la escuchas sin prestar mucha atención, dices: “Vale, ¿y qué?”. Pero si te paras a pensarla, a rebuscar entre las palabras, sacas conclusiones escalofriantes.
Voy directo al grano. La frase en cuestión es corta, sólo tiene cinco palabras y es: “Hay que ganarse la vida”.
¿Qué, cómo la ves? ¿Alguna reacción a bote pronto?
¿Te dice algo? ¿Se activa alguna alerta en tu mente?
Lo cierto es que a mí no me decía nada hasta que hace un par de semanas, en una reunión con unos clientes, se la oí decir resignadamente a uno de ellos. Entonces, de pronto, me vino a la cabeza el siguiente pensamiento (prepárate, porque es sorprendente): DECIR QUE NOS TENEMOS QUE GANAR LA VIDA IMPLICA PARTIR DE LA PREMISA DE QUE LA VIDA ESTÁ PERDIDA.
Has leído bien, sí, ¡perdida! ¡Y esto es fuerte, muy fuerte! Y, sin embargo, todos o casi todos lo
tenemos asumido como normal, como lo que toca, como lo que es, como lo que hay.
Y si asumimos la perversión de esta frase tan socialmente aceptada y muy escasamente pensada, lo mejor que podemos esperar de nuestra existencia, el mejor de los futuros imaginables, es recuperar algo que, en realidad, nos es consustancial. Para no vivir como muertos, nos pasaremos la vida intentando “ganárnosla”. Con resignación y, según el carácter de cada uno, con un poso de mala leche en el fondo.
¡Y todo porque nos han hecho creer que la vida, aquello que está en el origen de la existencia, de la conciencia, de la felicidad, de la creatividad, del amor, de la intimidad, nos la tenemos que ir ganando! ¡Que cuando nacimos el tema estaba perdido!
Y desde pequeñitos nos lo tragamos, ¡zas!, sin rechistar, ¡directo al inconsciente!
Tenemos que hacer algo al respecto, jefe, y cuanto antes mejor, si queremos una vida feliz y que este sea un mundo mejor. Y, de paso, si queremos conseguir que nuestra empresa prospere, porque seguro que no se te escapa que una cosa va ligada a la otra.
¿Cómo podemos cambiar esta manera de pensar...? Yo no soy psicólogo ni filósofo, pero tengo mis ideas, como cualquiera. Así que te propongo una cosa: demos un nuevo significado y una nueva forma de expresión a esta frase y logremos así que las personas establezcan un nuevo punto de partida, reasignen el valor de la vida en su cerebro y definan una nueva “posición existencial de partida”, más sana y menos sometida y resignada.
¿Qué te parece? Mi propuesta es que abramos los ojos y nos olvidemos de esta frase, ya que...
... LA VIDA NO TIENE QUE SER GANADA
PORQUE ESTÁ GANADA DESDE QUE NACEMOS.
Tú eres una persona razonable, por lo que confío en que sabrás entender estas inquietudes que te transmito. Es más, estoy seguro de que estos pensamientos han debido rondar ya por tu cabeza y has llegado a conclusiones que a mí se me escapan (por algo eres el jefe).
Así que espero con ansia tu respuesta a estas líneas.
Con un afectuoso abrazo,
Álex
PD. Ya lo decía el sabio escritor estadounidense Henry David Thoreau... ¡en el siglo XIX!: “No hay nadie tan equivocado como aquel que pasa la mayor parte de su vida ganándose la vida”.


Capítulo 1 del libro de ALEX ROVIRA: "LA BRÚJULA INTERIOR". Editorial Empresa Aciva 2003